Fuerza “Corpita”… Nuestros adultos mayores necesitan comprensión, paciencia y cariño.
No recuerdo exactamente el día en que nos enteramos (mi familia está conformada por mi madre, cinco hermanos y yo que soy la mayor) que mi padre padecía el mal del parkinson. Corría el año de 1995 y la familia Quezada-Panta, con mucho cariño preparó la fiesta para celebrar el cumpleaños número 60 de Jorge Quezada Carrasco, nacido el 14 de octubre en Castilla, Piura y más conocido como el “Corpita”, apelativo en alusión a su centro de trabajo, en el aeropuerto en Corpac, donde laboró por espacio de dieciséis años.
Sin exagerar, al cuarto o quinto día después de su onomástico, mi padre evidenció con claridad los síntomas del parkinson, mal que, según recuerda, lo acompaña desde que tenía 50 años cuando al tomar una taza de café, se dio cuenta que le temblaba el dedo meñique de la mano izquierda, hecho al que no le dio mayor importancia porque según confiesa no tenía mayor información sobre esta dolencia, que afecta a dos de cada mil personas.
Desde ese momento y hasta la fecha, la familia, sobre todo mi madre y mis tres hermanos que viven con él, sufre un gran padecimiento. Cada día los síntomas se acentúan más (rigidez muscular, temblor, falta de movimientos, dificultades al andar, etc.) y su salud se deteriora a pasos agigantados, aún cuando recibe tratamiento médico que consiste en la ingesta de Levodopa, Biperideno, clonazepan, ibuprofeno y ranitidina.
La enfermedad de parkinson es un proceso neurológico crónico causado por la alteración progresiva en la sustancia nigra del mesencéfalo. Estas áreas son zonas nerviosas que controlan y coordinan los movimientos.
A través de estas líneas, quiero compartir y expresar el sufrimiento que me causa ver a un hombre fuerte y alegre en su juventud, convertido en una persona frágil, llena de miedos y temores. Es difícil, pero hoy más que nunca necesita el apoyo y la paciencia de su familia para que lo ayude a sobrellevar esta penosa enfermedad, que cuando alcanza su punto más crítico, lo inmoviliza en todos los sentidos.
Las familias que tienen entre sus miembros a un enfermo con este u otro mal degenerativo experimentan mucha ansiedad y dolor al creer que no pueden hacer nada para aliviar el sufrimiento de su ser querido. Nada más lejos de la verdad, si bien es cierto no vamos a detener el progreso de la enfermedad podemos ayudarlos a vivir felices y tranquilos sus últimos años.
¿Cómo? En mi caso trato de acompañar a mi padre el mayor tiempo posible y gracias a la comprensión de mi esposo Pepe y de mi hijo Dani, he comenzado a quedarme algunos días en su casa, ubicada en Márquez, Callao, para aliviar en algo la preocupación que significa su cuidado, pues a raíz de los diversos medicamentos que toma, no concilia el sueño por las noches y requiere de la compañía de algún miembro de la familia.
Durante esas horas y para que la noche sea más corta para ambos, me intereso en sus experiencias vividas. Se hincha de orgullo cuando me narra que en su juventud él y un grupo de amigos desde lo alto del antiguo puente Piura se lanzaban hacia el río del mismo nombre haciendo piruetas en el aire. También habla de sus proezas como luchador, cuando por una propina y para demostrar su valentía ante ellos, tenía que enfrentarse a competidores más grandes que él, con resultados a veces dolorosos.
Cuando siente cansancio me pide que le lea la Sagrada Biblia, sobre todo el libro del apóstol Juan, que contiene parábolas. También, mientras le masajeo la nuca, sus hombros y las piernas rezamos para que tenga fuerza y energía. Tiene una oración muy profunda que siempre repasa sobre todo cuando siente que las fuerzas por vivir lo abandonan: “Tú eres mi escudo protector, Tú eres mi gloria, Tú me reanimas, Yo confío en ti Jesús”.
En la medida de sus posibilidades y cuando la medicación empieza a surtir efecto lo ayudo a realizar algunos ejercicios físicos y a caminar. Esto último, lo alivia mucho porque le permite relajarse y sentir que aún tiene fuerzas para luchar y lograr un mejor desempeño y su independencia para movilizarse. Durante este corto paseo, y en tono confidencial me dice: “lo que más le pido a Dios es que no me deje tullido”.
Trato de tener siempre en claro que lo que más necesita es ejercicio físico y mental. Físico para que sus articulaciones se mantengan flexibles y sus achaques y dolores musculares que siente sean menores y; mental para que no se olvide de los momentos que compartió con la familia y amigos, en una palabra entreno su memoria, que dicho sea de paso, la mantiene en forma envidiable, probablemente se deba a que por muchos años la ejercitó en sus largas partidas de casino que jugaba en la sala de su casa por las noches con sus vecinos del barrio. Empezó con este “deporte” a los 19 años, mientras atendía la peluquería que sus padres le habían instalado en su casa de Castilla en Piura, para que se agencie recursos económicos y obtenga una profesión.
Son aproximadamente, las 3 de la madrugada de un sábado cualquiera, mi papi desea que lo lleve a su cama porque está cansado y le duelen los miembros inferiores que presentan una alarmante hinchazón, producto de mantenerlas por muchas horas colgantes. Al cabo de dos horas, una vez más, pone a prueba mi paciencia. Pide que lo siente en la sala y le retire el pañal que está mojado. Cuando estoy a punto de retornar a mi cama, me solicita que le prepare una taza con té y un pan con mantequilla.
Esta es la rutina actual de mi querido padre, un hombre de contextura mediana, de bigotes, ojos grandes y cejas pobladas y largas. La vida es así, es dura y no podemos evitar lo que ya sucedió; pero día a día, segundo a segundo, la familia entera pone a prueba su paciencia y lo ayuda a luchar para que sobrelleve lo mejor posible esta enfermedad, que hasta la fecha no tiene causa conocida. Se desconoce la razón exacta por la cual las células del cerebro se desgastan.
Sin embargo, valgan verdades hay momentos en los que estamos a punto de tirar la toalla y salir corriendo, porque la situación es estresante, pero reflexionamos y concluimos que todos vamos a llegar a ser adultos mayores y nos gustaría que nuestros hijos o las personas que nos acompañen, tuvieran la suficiente paciencia como para alegrarnos nuestros últimos días.
De allí, que con este testimonio de vida, quiero hacer un llamado de atención para ayudar a los ancianos a la no soledad, brindarles atención, transmitirles cariño y contrarrestar el abuso y el maltrato, que puede ser físico o psicológico, del que son objeto. Hay que evitar, también hacerlos el centro de burlas, eso los deprime mucho y los lastima.
Debemos asegurarles un entorno saludable y evitar que se sientan una carga familiar. Actualmente, en el Perú hay 2 millones 300 mil adultos mayores de más de 60 años. En el 2025 habrá 4 millones. Vaya pensado en ¿cómo ayudar a un adulto mayor en casa, en la cuadra o en la familia?